ÉL.

Dormido, perdido entre sus silencios, inmerso en recuerdos ataviados de olvidos premeditados, empeñado en convertir el pasado en presente.
Usted es la fantasía más recurrente, la más lejana, la más desdeñada, pero la única que me ofrece la vorágine de inspiración en la que navegan mis letras.
Quién sabe desde hace cuánto, sin darme cuenta, escribo sólo para usted y hasta dónde llegaré con ésta pequeña ilusión matutina que siempre parece agonizar, pero nunca muere.
Yo no sé si usted conoce de mis anhelos de su presencia, de las noches cada vez más antárticas, más insignificantes, sólo porque eligió la distancia. Y cuando creo que se acerca, más se aleja, insiste hasta las lágrimas en decisiones erróneas, haciendo de la brecha entre los dos, un maldito abismo infinito de inseguridades e imprecisiones que nos van consumiendo.
Bastan dos palabras suyas, para que el miedo se evanezca y yo quiera correr a su encuentro, para protegerlo de la oscuridad que se resiste a abandonarlo.
Porque después de todo, yo todavía no puedo negar que la vida se me pasa con usted en mente.
Pero lo dejo seguir su camino y elijo un mutismo autoflagelante, mientras mi corazón continúa ardiendo, incandescente y quiere romperme para ir tras aquella invisible e indeleble fantasía, fuente de todo lirismo y de toda embriaguez.
Le entrego estás palabras al viento, a ver si algún día llegan a sus ojos o a sus oídos en boca de cualquiera, para decirle que es una constante, que ya no espero que regrese, pero que contra todo pronostico lo sigo esperando igual que ayer. 

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